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La violenta cuarentena.

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  • 10 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Por Aylin Colmenero.


La vida es muy diferente ahora, me levanto a las ocho de la mañana, prendo la computadora y me conecto a mi clase online. Pareciera que las cosas pasan muy rápido. El primer caso de COVID-19 en China se tiene detectado desde el 17 de noviembre del año pasado, no fue hasta enero que se hizo mundialmente conocido este virus. Si en cuatro meses se expandió mundialmente como si de una película se tratase, ¿cómo será la situación a mitad de este año? La cuarentena nos ha pegado de manera diferente a todos, a mi en lo personal me sigue dando vueltas en la cabeza cuando se habla de privilegio. Ya era una cuestión que yo estaba analizando, pero esta contingencia sanitaria ha provocado que ya todo me lo cuestione desde esos términos. Mientras yo me siento como leona enjaulada hay millones de personas pasándola terriblemente mal. Y no me refiero a lo que se ve en redes sociales, gente europea sintiéndose sola y cantando desde sus balcones, o gringos peleándose por papel de baño en supermercados, me refiero los que están sufriendo severos cuadros de ansiedad por estar tanto tiempo en casa, mujeres que tienen que estar enclaustradas con sus agresores o personas que están tratando de estirar sus pesitos para sobrevivir más de un mes. Yo hago lo que puedo, charlo con mis amigos y amigas, para que la soledad o la histeria nos pegue juntos, subo a mi azotea a tomar rayos de sol y trato de mantener mi cerebro distraído de lo complejo de la situación. Pero, ver las desigualdades que genera el capitalismo salvaje me pone a pensar a largo plazo y preguntarme si realmente alguien se vera beneficiado cuando termine esta pandemia. Solo hay que voltear a ver con ojos menos racistas a China, y notar como siendo una potencia económica en auge, ahora no les queremos ni recibir los pedidos de Shein, y se les juzga por comer “porquerías”. No quiero sonar alarmista o apoyar conspiraciones, pero este virus esta afectando de manera drástica a las mayorías. Franquicias, comercios informales y negocios emprendedores no dejaran de trabajar y son aquellos los que tendrán que seguir viajando, tocando tubos y pasa manos en transportes públicos, que, a pesar de la disminución del flujo, la mayoría de los trabajadores seguirá utilizándolos. Se dice que “el coronavirus es una enfermedad de ricos” por que el virus llego en avión, pero el influencer que viaja a Europa y se queda atrapado unas horas en el aeropuerto, que utiliza el carro en dado caso que tenga que interrumpir su home office y que pide comida en Uber eats, vera pasar este momento como una etapa más de su vida, una historia más que subir a Instagram, con el hashtag #EnCasa.


Foto: Ezekiel Velazquez.

Foto: Ezekiel Velazquez.

Los repartidores y los recogedores de basura, no van a parar, simplemente no pueden. Podemos quedarnos cien días en casa y esos cien días alguien tendrá que entregar la comida que compramos a las tiendas y recoger nuestros desperdicios.

Sin olvidar a las trabajadoras domesticas y a las meseras, que, aunque no haya ningún comensal que atender, seguirán exponiéndose al ir a trabajar, sabiendo que en cualquier día puede llegar un despido injustificado bajo la mascara de renuncia voluntaria.

Son ellos los que día a día corren el riesgo de contagiarse, no solo de este coronavirus, si no también del amenazante sarampión que avanza silencioso en la ciudad. Son ellos los que, si la cosa se pone fea, tendrán que pelear por una de las 60,600 camas o de los 5,523 respiradores mecánicos que proveerán del IMSS e ISSSTE. Son los que no podrán pagar el centro medico ABC o el Hospital Ángeles en Interlomas.

En este país la situación es compleja, somos de tercer mundo soñando ser de del primero. Algunas personas no solo lidian con el problema de la pandemia, se les suma que cuando abren el grifo no cae ni una sola gota de agua. Eso es un problema que en Iztapalapa y Tláhuac llevan años lidiando, y que dentro de unas décadas se pondrá mucho mas complicado.

Foto: Ezekiel Velazquez.

En México, los campos se seguirán trabajando, donde un trailero traera las verduras que comerá el vegano de la Roma. En la central de abastos se sobrevivirá después de que se les cayera el techo encima, pero tendrán que cuidarse el triple, que si enferman ellos, nos enfermamos todos.

Claro que pensar en estas cosas me hace reconsiderar mi privilegio, el estar sentada aquí escribiendo para la universidad, levantarme a las ocho de la mañana, prender la computadora y me conectarme a mi clase online no es gratuito, se lo debo a mis ancestras.

Pero estar en cuarentena me ha ayudado a reconectarme conmigo misma, a ser más creativa, a tratar de imaginar desde mis limites. Sin romantizar la cuarentena, a veces he disfrutado de este privilegio, hago collage, escribo, cocino, leo algo de la pila de libros que acumulo por años, al final tampoco nos podemos llenar de culpa por tener lo que tenemos, pero podemos darnos cuenta de lo que no y tratar de trabajar desde ahí.

Desde mi privilegio no intento tomar la voz de nadie, cada persona tiene sus propias resistencias y luchas, no somos nadie para tratar que se alce la voz de personas que pueden hacerlo perfectamente solas y que tienen una manera de organización que ni siquiera entendemos.

Escribo para entenderme a mi misma, mi papel en toda esta maquinaria, saber por que me preocupan y me duelen las cosas. Para entender mi resistencia emocional ante tiempos violentos y complejos.


Foto: Ezekiel Velazquez.

Foto: Ezekiel Velazquez.

 
 
 

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